El apagón me despertó de un sueño profundo, ya era de madrugada, cuando noté que el aire acondicionado de mi cuarto se apagó. Inmediatamente me levanté de la cama para encender la luz, pensé que el interruptor se había dañado. Hostigada por el calor que ya se hacía sentir, “algo típico en Cumaná”, opté por despertar a mi esposo, quien con una actitud un tanto “relajada” y alumbrándome el rostro con la linterna de su teléfono me dijo: “Mary Grecia, no se dañó el aire y tampoco el interruptor; se fue la luz. Pero esa llega ahorita, trata de dormir que debemos levantarnos temprano para ir a trabajar”.
Su comentario, al contrario de tranquilizarme, me inquietó. Afortunadamente, mi teléfono tenía carga, activé los datos que en ese momento, aún funcionaban, de inmediato comenzaron a llegarme notificaciones de un grupo de periodistas por Whatsapp, reportaban fructuaciones eléctricas en algunos estados de Venezuela, otros informaban de un apagón general; incluso de la “muerte anunciada” de El Guri, la central hidroeléctrica Simón Bolívar. Nuevamente, desperté a mi esposo, quien al igual que yo, no logró conciliar el sueño sin interrupciones durante tres días, el tiempo que Venezuela se mantuvo a oscuras.
Esos días convivimos en casa, con sus hermanos y sobrinos, pues el gobierno nacional suspendió las actividades laborales y escolares.
El gran reto fue idear una estrategia para conservar los alimentos en el congelador, que 24 horas después de ocurrir el apagón, el hielo ya se había derretido. Compramos panelas de hielo en la Zona Industrial de Cumaná, que quedaba cerca de nuestro lugar de residencia. Vehículos, camionetas y camiones, al igual que una gran cantidad de personas, se aglomeraron en esas fábricas para comprar hielo; la desesperación y el nerviosismo se reflejaba en los rostros de los cumaneses.
Ese acontecimiento, no solo fue una prueba más para evaluar el nivel de tolerancia y paciencia de los venezolanos, sino para ingeniar o crear otros métodos de supervivencia como los famosos “mechuzos”. Las casas de la urbanización, se iluminaban con esas lámparas caseras de “gasoil” que desprendían humo negro, sin duda perjudicial para las vías respiratorias.
En definitiva, fueron días muy oscuros, desesperantes y desafiantes. Pero a la vez, de unificación entre familia, entre vecinos y con la comunidad.