Nazareth Palencia PiñaEl periodista Ricardo Tarazona emplea de manera estratégica varios tipos de discurso para cumplir con su propósito comunicativo basado en la sensibilidad y la denuncia.
En primer lugar, usa el discurso informativo a detalle sobre el suceso. Se observan datos concretos como la fecha de la muerte de Pancho (5 de noviembre de 2020), la identidad del victimario (Alfonso Zambrano), el lugar específico de los hechos (Casas de Madera, cerca del club “La Guitarra”) y los detalles brutales del ataque (tubos, piedra grande, arrastre a una quebrada). Esta información precisa sienta las bases de su denuncia.
Seguidamente, el discurso narrativo se evidencia en la redacción de los acontecimientos de forma cronológica y emotiva, reconstruyendo los momentos finales de la vida de Pancho. Detalla cómo fue atacado, herido de gravedad, y cómo, al no morir, el agresor “se abalanzó sobre él con saña”. Esta narrativa busca sumergir al lector en la tragedia y generar una conexión emocional con la víctima aunque sea un animal.
El periodista narra el tiempo de vida de Pancho en la comunidad, describiéndolo como un “perrito lleno de vida” que “solía acompañar a los vecinos”, lo cual humaniza al animal y resalta la pérdida.
Asimismo, opina de manera contundente sobre la crueldad del acto y la necesidad de justicia. Frases como “Es condenable la crueldad, el placer y el desprecio con el que este ser humano despreciable… ¡Debe Pagar!” y los hashtags #JusticiaParaPancho y #NoAlMaltratoAnimal reflejan claramente su postura. Esta opinión no es meramente personal, sino que busca movilizar a la audiencia.
Por otra parte, el periodista interpreta el suceso en un contexto más amplio, elevando el debate sobre el maltrato animal. Al afirmar que “el maltrato animal no tiene ninguna diferencia, con el maltrato a un ser humano, es un ser vivo, capaces de sentir al igual que nosotros”, invita a la reflexión profunda sobre el respeto a la vida y la sensibilidad de los animales. Su intención no es solo denunciar un hecho aislado, sino generar conciencia y un cambio de perspectiva en la sociedad.
En resumen, Tarazona teje una compleja red discursiva donde la información se fusiona con la narración emotiva, la opinión enérgica y la interpretación reflexiva, todo con el objetivo de denunciar un acto atroz, clamar por justicia y promover un cambio de actitud hacia los derechos de los animales.
Nazareth Palencia PiñaCuando “El apagón” llegó a Santa Cruz de Bucaral del estado Falcón, me encontraba afinando detalles para un periódico escolar que debíamos presentar en el liceo.
Recuerdo como la profesora de castellano regañaba a mi mamá por llevar al equipo “apurao con un trabajo al que le faltaba tiempo”, pero ella jamás imaginó, al igual que nosotros, lo que estaba a punto de acontecer; marcando un antes y un después en nuestras vidas.
La luz se fue, pero a mis 14 años me unía a ese sentir venezolano de normalizar los “cortes de luz” regionales y pensaba “esa volvería, mi tío que trabaja en CORPOELEC lo resolverá antes de que amanezca”.
También era normal como hasta el día de hoy que la señal MOVILNET —la única que tenemos— se fuera también, así que era una tarde/noche común para un pueblo que está a 3-4 horas de la ciudad más cercana, Coro.
¿Estaría mal decir que incluso al segundo día, conservábamos la esperanza de que volviera? Mi numerosa familia y yo tratábamos de conservar la comida, y rendirla para cuando llegara la luz; preguntábamos en todas partes y la respuesta era la misma: “Nada… No sabemos nada”.
Se rumoreaba que era un golpe de estado, que pasaba algo en Caracas, que las cosas no estaban bien. Hasta que un día, mi padre logró sintonizar una emisora larense que informaba el apagón nacional.
Venezuela se detuvo.
Aumentaban los días en oscurana y con ellos la creatividad y solidaridad de la gente: Lámparas a gasoil, fogones prácticos, combos de verduras y carnes gratis en las bodegas antes de que se descompusieran, y los olvidados trueques resurgieron del tiempo.
Los profesores se reían de los rastros de ceniza en mi nariz, ayudamos a los compañeros que tuvieron que hacer sus periódicos con dibujos, en las tardes conversaba hasta con el tío más introvertido; escribía en mi cuaderno una novela con las cosas que los decían los demás.
Al caer la noche, compartíamos en familia lo que se conseguía del almuerzo y a pesar de que todo era risa, incertidumbre, anécdotas de los tiempos de mi abuela. Antes de dormir, crecían las ansias de que volviera la luz ya porque no aguantaba los zancudos dándome conciertos en el oído o las escandalosas plantas eléctricas de los negocios que luchaban por conservar su mercancía.
Pero, al mismo tiempo reflexionaba:
¿Cuántas personas estaban necesitando de luz para sobrevivir?
Lo triste que me ponía ver como mi país tocaba un fondo nunca antes visto, ya que aún presenciábamos las secuelas de la crisis del 2017.
Pensaba en mi futuro, en quien quería ser y como podía cambiar al mundo.
Y, sí, el como quería que todo cambiara rápido.
Sin embargo, el arrullo de los grillos y un cielo completamente estrellado esperaba cada noche por mí, para demostrarme la belleza de lo simple, del silencio, de la calma, de vivir conectado a la naturaleza y a la forma más humana y sencilla de los hombres.
Después de 7 días, se formó un alboroto por su llegada y la vida seguía en muchas partes como si nada.
Es inevitable contrastar aquella vivencia con la manera en que otras naciones, como España actualmente enfrentan una situación similar.
Pero a pesar de los malos recuerdos, 6 años después, puedo comprobar que esta experiencia fortaleció una vez más el optimismo de los venezolanos que brilla más que todos los problemas que intentan oscurecernos.
“Resiliencia” la definición del venezolano.
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