«Ya casi es mi cumpleaños», una de las frases que repetía desde que inició marzo del 2019, vivía solo en casa de mi padrastro, en el barrio Alberto Carnevalli, ubicada en el centro de Puerto Ayacucho, trabajaba en la Alcaldía del municipio Atabapo y esperaba para empezar el II módulo del curso “Asistente Administrativo” en el Centro de Capacitación Laboral Don Bosco.
Pensativo, una tarde calurosa del 7 de marzo a 15 días de cumplir mis 20 años de edad y en una especie de meditación, sentado en el patio de la casa, en la sombra que nos permitía tener una mata de mango, nos quedamos sin electricidad (algo que no era raro en la capital del estado Amazonas).
Desconecté la nevera, el ventilador y los demás artefactos eléctricos por prevención, no estaba en una buena situación económica a pesar de que vivía solo y no quise arriesgarme a que la llegada fuerte de la energía eléctrica sobrecargara y dañara algún equipo. Luego de unos minutos, los vecinos se acercaron a conversar con un tema en común y la misma interrogante: “¿Qué habrá pasado con la luz?”.
Cuando cayó la noche, hice la cena y dormí en el chinchorro de la sala (cosa que había hecho los últimos días) debido a las altas temperaturas en la ciudad. Recuerdo que en ese momento no teníamos señal telefónica y se hizo imposible contactar a mis familiares durante el primer día. Sin embargo, por ser un pueblo pequeño, el boca a boca empezó a llegar al sector, era un apagón a nivel nacional.
“Aproximadamente una semana sin luz”, “Estamos en racionamiento”, fueron los comentarios que se oían alrededor de casa en el segundo día del apagón. El alimento era escaso, aunque las ofertas de los comerciantes no faltaron debido al temor de que se dañaran. Sin embargo, los planes con los muchachos del grupo juvenil de mi parroquia eclesiástica no faltaron, salíamos a caminar para ver el panorama de Puerto Ayacucho y su gente con la situación que se vivió durante esos días. Aprovechamos para conversar sobre la vida, dedicar tiempo a escucharnos y ver los atardeceres que nos regala el paisaje de Amazonas.
Cuando el servicio se comenzó a restablecer, se escucharon los suspiros de calma, pues, era muy complicado mantenerse de algún modo en “supervivencia”, siendo una sociedad tan dependiente de la energía eléctrica.